“Los comunistas llegaron al poder de China en 1949 y no tardaron en ocupar el Tibet; pese al tratado por el cual se comprometían a respetar la tradición religiosa, fueron aboliendo todas las instituciones de la vieja cultura. El Dalai Lama huyó a la India y lo siguieron muchos de sus fieles, que hoy constituyen en Darjeeling, la única población que conserva la antigua fé”.
“Qué es el budismo”. Jorge Luis Borges – Alicia Jurado. Emecé: Buenos Aires 1998 (1991): pp109.
Una espesa neblina matinal cubre toda la colina en esta ciudad enclavada al pie de la cordillera himaláyica india. Desde cualquier lugar, se puede divisar la imponente cima del Kanchenjunga, tercer montaña del planeta. Allí, a sólo 100 km. de la frontera con China, vive la más antigua comunidad de tibetanos en exilio del mundo.
A 2700 metros de altura y a paso lento debido a las interminables subidas y bajadas, se tarda unos 20 o 30 minutos en llegar desde la plaza central de Chowrasta a la principal referencia de los tibetanos exiliados: el Centro de Ayuda de Refugiados. Este centro, creado por el decimocuarto Dalai Lama y sus monjes luego de escapar de la invasión china en 1959, emerge orgulloso sobre las colinas de la ciudad.
Apenas uno ingresa, la paz y la tranquilidad impregna al visitante de una atmósfera mística y lo invitan a pensar que está en un santuario o un monasterio. Parece casi imposible creer que allí adentro cientos de tibetanos trabajan sin cesar en sus talleres de confección de alfombras, chaquetas y diversas artesanías que luego venden al público en el mismo refugio.
No muy lejos del centro construyeron - con la ayuda de organismos internacionales principalmente de EEUU - una escuela modelo para educar a sus niños. En la entrada al establecimiento se alza orgulloso el símbolo de su pueblo y un cartel que resulta revelador: 'China, get out of Tibet'.
Poseen alrededor de 700 alumnos en la actualidad. Sin embargo, el gran déficit es la escasez de docentes capacitados para la enseñanza del inglés, lengua que consideran esencial para poder hacer frente al exilio y a la comunicación con el mundo.
La algarabía de estos niños tibetanos contagia a todos durante los recreos. Algunos juegan al basquetball. Otros al fútbol. Durante los improvisados partidos se escuchan nombres de iconos del deporte mundial. Los tienen de ídolos y a uno le cuesta entender porque adoran tanto nuestra cultura.
La casa de uno de los profesores tibetanos no queda muy lejos de allí. Su padre fue un monje que vivía en la antigua capital de Tibet, Lhasa. Él nació y vivió siempre en Darjeeling.
Su dormitorio, típico de soltero, está lleno de libros religiosos, fotos familiares y, entre ellos, se puede encontrar a un García Márquez en inglés o un Stephen King. Y sobre un pequeño equipo de audio, compactos de John Lennon o de los Doors.
Lejos de la imaginería occidental, los tibetanos de Darjeeling no se pasan todo el día rezando. Son muy amables y atentos con los extranjeros y quieren saber todo sobre Occidente ya sea en deportes, música, literatura, religión y hasta sobre mujeres.
El Dalai Lama pasa un tiempo cada año en este refugio. El resto del tiempo como todos sabemos está junto a su hijo en Dharmasala ubicado en el estado de Himachal Pradesh, a 300 km. al norte de Nueva Delhi, la capital de India. Allí, la capital administrativa del gobierno del Tibet se muestra orgullosa, combativa y en tensa espera en el exilio.
Aroma a té de las cinco
Darjeeling es una ciudad estratégica. Creada por los ingleses a principios del siglo XIX, la ciudad domina la entrada a Nepal al oeste, Sikhim y China al norte, Bangla Desh y Bhután al este. Toda la comunicación terrestre inexorablemente pasa por esa hermosa ciudad típicamente inglesa.
A principios del siglo XlX las tropas inglesas se apostaban en esta ciudad que emergía muy segura dentro de los valles de Bengala Occidental. También desde allí partían para ir a combatir contra los gurkhas en Nepal.
Los restos de la cultura inglesa se observa por todos lados. Sus calles, sus casas, las iglesias, la estación de trenes. Todo tiene olor a inglés como el mundialmente conocido té que se cultiva en los alrededores.
Pero apenas se camina un poco hacia las colinas aledañas, todo cambia y los tibetanos salen al encuentro amistoso con el extranjero. Por todos lados se ven stupas, por todos lados uno se topa con ofrendas a Buda.
Los monasterios más bonitos y antiguos se encuentran cerca de Ghomm, un pequeño poblado que vendría a ser como un suburbio de Darjeeling.
Entre paredes llenas de frisos sobre la vida de Buda, sentados uno frente al otro, los monjes y discípulos (en su mayoría) interpretan canciones litúrgicas budistas con instrumentos de viento de tonos graves y festivos. Detrás de ellos, los thang – kas, especies de rollos religiosos facilitan la meditación de los tibetanos.
Luego de la ceremonia, y afuera del monasterio uno de ellos se acerca y le regala al viajero una foto gigante de Lhasa, la antigua capital tibetana actualmente en manos chinas. La imagen encarna melancolía, nostalgia pero a su vez es presente y también esperanza. Luego lo invitan a comer, a compartir la mesa tibetana. Son generosos, humildes mientras degustan los riquísimos y tradicionales momos de verdura que son como ravioles pero más grandes en una gran mesa dentro de las habitaciones aledañas al monasterio.