Pero como en un “eterno retorno” como profetizó Nietzsche; la isla Titicachi - tal como se la conocía en el reinado de los Tiahuanaco - sigue siendo un lugar de peregrinaje pero esta vez de turismo masivo.
Diariamente, cientos de personas cruzan en barco desde el pequeño y pintoresco puerto de Copacabana para “peregrinar” por “la isla más grande del lago navegable más alto del mundo”. Ese es el slogan que utilizan los operadores turísticos y es una visita obligada si se anda por la zona.
Pero a pesar de todo este “in crecendo” aparato de publicidad montado a su alrededor, la Isla del Sol aún mantiene ciertos encantos que me hace pensar en lo que fue durante el pasado precolombino.
Cuenta una leyenda muy arraigada en los pueblos andinos que un diluvio ocurrió hace siglos y luego la oscuridad se apoderó del mundo conocido. Durante ese tiempo conocido como el “Chamacpacha” (chamaca = oscuridad y pacha = tiempo en lengua aymará) los dioses se refugiaron en un lugar situado al norte de la isla conocida como Roca Sagrada y allí dieron origen al mundo. Como en una suerte de Big – Bang incaico, los dioses construyeron un templo consagrado al Sol y a la Luna y, hoy en día, los vestigios de tal celestial creación se pueden ver en las ruinas del otrora palacio llamado Pilkokaina o Templo del Inca.
Alberto, un guía boliviano que me acompaña durante la caminata, me dice que el lugar fue destinado para los momentos de meditación o de iniciación de los sacerdotes ligados al culto a Inti, el dios del Sol.
Y el encanto del lugar parece inalterable, propicio para disfrutar del silencio y la tranquilidad. Desde allí a lo alto, el Titicaca se observa diáfano y poderoso mientras unos niños, de repente, te invitan a dar un paseo con las llamas por un puñado de bolivianos (moneda de Bolivia).
Con zapatillas adecuadas, ganas y en tan sólo un día recorremos sin grandes dificultades técnicas la isla. Así, nos encontramos con algunos bonitos parajes entre impactantes e ingeniosas terrazas de cultivo junto al mar como se ve en la siguiente imagen
Pero lo mejor de esta pequeña excursión es conocer locales quienes se muestran amables, atentos y en todo momento me dan la sensación de estar orgullosos de su tierra.
Los pobladores de origen quechua o aimara subsisten de la pesca, los trabajos agrícolas y por supuesto del turismo tanto en la isla como en Copacabana.
Y la caminata se hace amena hasta que al despuntar el día conozco a Don Camilo que, según me confesó: nació allí hace 70 años.
El aún pescador habla castellano pero los sonidos que salen de su boca son entrecortados y apenas se le entienden las vocales. Al comentarle que no le comprendo muy bien, se disculpa; pero me da la sensación que no esta sorprendido. Quizás muchos visitantes le han preguntado lo mismo. "Lo que pasa es que se me mezcla con aimara” señala Camilo que vive junto a su familia en la hermosa Bahía Kona.
Don Camilo |
Hija de Don Camilo |
La Bahía Kona y su muelle:
Ya cuando el sol se esconde detrás de las colinas, los pescadores suelen salir a pescar por la bahía...
Bahía Kona |
Abrazo Marcelo, aquí una presencia cómplice, saludos! Rosa
ResponderEliminarhttp://librealbedrio-rvp.blogspot.com/2010/06/iluminanos-el-dia-virgencita-de-la.html
Y Marcelo Caballero nos deleita con un foto reportaje de estas mismas tierras ancestrales, a dos días de esta encomienda, en sus (nuestras) Miradas cómplices bajo el título "El Big Bang incaico"... me robo una de sus espectaculares fotos para picarte el diente... gracias otra vez Marcelo!
Gracias Rosa!! eres una presencia cómplice!! hasta pronto
ResponderEliminarLa foto de los niños es muy buena. Lástima de tanto turismo, pero todos queremos viajar, es inevitable. Nos quejamos mucho, pero los viajeros fotógrafos también somos turistas!
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