Miradas Cómplices constituye un laboratorio de ideas, de reflexiones fotográficas e imágenes que, quizás, encuentren vuestra complicidad.

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domingo, 28 de febrero de 2010

O tots catalans o tots immigrants

Figueres © Marcelo Caballero

Esta imagen que observan aquí arriba fotografiada hace dos años  muestra, en forma obvia, un mensaje explícito de exclusión tanto para un lado como para otro. Además, esas palabras, no me hacen pensar en el ser “humano” que lo ha escrito sino en las personas que le enseñaron a odiar, a odiar la libertad, la convivencia.
Yo me pregunto: ¿Qué es ser inmigrante?, ¿Qué es ser catalán?. Siempre que miro esa fotografía me hago las mismas preguntas y siempre tengo las mismas dudas y certezas. ¿Será que ser inmigrante ahora con hijos nacidos aquí, serán catalanes mañana?; ¿Será que ser catalán ahora fue un inmigrante de ayer?.
Hace poco, esa fotografía volvió a mi mente luego de enterarme que en Vic se niegan a empadronar a los inmigrantes. Y esa noticia fue como un disparador mediático de estos temas siempre conflictivos. Y que nunca se resuelven. Los nacionalismos y la discriminación son como las ratas, nunca se extinguen.
En mi país, Argentina, la historia es igual que en España, la inmigración de gente provenientes de países limítrofes también trajo conflictos y ciertas actitudes racistas y discriminatorias por parte de ciertos grupos identificados con miradas totalitarias.
Ahora que arrecia la crisis por la península, el blanco predilecto de los “males” de este mundo son los inmigrantes.
A Catalunya han llegado más de un millón de inmigrantes en los últimos 10 años y todo se ha transformado desde lo doméstico, las relaciones entre vecinos y los equilibrios políticos. En otras palabras, la región ha cambiado para siempre. Y, aunque, esta oleada inmigratoria conlleva una riqueza de valores multiculturales positiva para el crecimiento de un país; para algunos es problemática y negativa.

Figueres © Marcelo Caballero

La Vanguardia en su edición dominical del 23 de febrero de este año publicó en el suplemento Vivir un encuentro - debate entre los cinco alcaldes de las ciudades catalanas que más han cambiado como consecuencia de la inmigración de estos últimos años. Los alcaldes de Badalona, Manlleu, Salt, Tortosa y Figueres debatieron sobre convivencia, educación, empleo, ayudas del Estado y hasta sobre cuestiones religiosas. Y algunas de las citas de los gobernantes dejan ciertas dudas e incongruencias que a mi entender acentúan ciertos prejuicios.
Santi Vila, el alcalde de Figueres, aseguró entre otras cosas que “este crecimiento ha generado unas dinámicas muy problemáticas con los autóctonos. En algunos barrios ya se sienten una comunidad minoritaria rodeada de gente que no entiende las pautas locales” Y los demás alcaldes estuvieron de acuerdo con esa apreciación salvando matices propios de cada ciudad.
Lo mismo ocurrió cuando Iolanda Pineda, alcaldesa de Salt señaló que “ estamos volviendo a índices culturales que dejamos atrás en los años sesenta”.
A esta altura deseo formular una pregunta para seguir a tono con este debate: ¿los inmigrantes en general aportan sólo pobreza, incivismo y desempleo?.
Hace unos años  Manuel Delgado Ruiz, profesor titular de antropología de la Universidad de Barcelona retrató muy bien esta situación en una nota titulada: Apropiaciones inapropiadas. Usos insolentes del espacio Público en Barcelona.
En realidad – dice Manuel Delgado - los extranjeros pobres son sistemáticamente acusados de prácticas «incívicas». Ambas imágenes suelen mezclarse en las denuncias por «incivismo» contra jóvenes de otros países que se imaginan permanentemente borrachos o drogados, ya sean nuevos nómadas –los travellers, que viven de la venta de artesanía o de la mendicidad– o turistas pobres –«de mochila»–. En paralelo, los pakistaníes suelen ser vinculados a la venta ilegal de cerveza. Los magrebíes y negroafricanos son desde hace años asociados con el tráfico de drogas y la pequeña delincuencia de calle; los latinoamericanos de rasgos amerindios –peruanos, bolivianos, ecuatorianos– son sistemáticamente expulsados de las parcelas de espacio público que convierten en lugares en los que jugar al fútbol, merendar o simplemente charlar con los paisanos. Los dominicanos son encontrados culpables de «hacer ruido» y escuchar la música demasiado alta. A los inmigrantes de procedencia china se les reprocha sus poco higiénicas conductas en el espacio público, sobre todo por su supuesta costumbre de escupir en el suelo. La presencia de europeos del Este incomoda por la asociación que el imaginario local establece entre ellos y la delincuencia. En cambio, un grueso de comportamientos inaceptables –orinar en la calle, impedir el descanso de los vecinos, etc.– está protagonizado por jóvenes que ni son compendiados como problemáticos ni por su radicalidad ni como inmigrantes, a pesar de ser de otras nacionalidades. Se trata de turistas nada marginales ni pobres y de estudiantes procedentes de países ricos, que conforman una nueva clase formada por jóvenes endogámicos, que se mueve en ambientes de ocio casi exclusivo y que, a pesar de la alta visibilización de sus conductas, casi nunca se hace objeto de consideraciones negativas de «incivilidad».
Toda esta problemática de los inmigrantes podría llevar a muchas reflexiones más y a citas de otros autores que quizás excedan esta pequeña nota. Simplemente,  todo esto me llevo a pensar la imagen de lo escrito sobre una pared cercana a mi casa en Figueres.

viernes, 19 de febrero de 2010

Un salar en el techo del mundo: Uyuni

Hola amigos...hoy el frío, la tramontana ampurdanesa y el recorte de viajes debido a la crisis me pone un poco melancólico y también soñador.
Solo el deseo de hacer una nueva travesía me lleva a releer mis viejas crónicas que tengo guardadas en el disco duro del ordenador. Y así, de esta especie de cuaderno de viajes virtual, extraigo una que quiero compartir hoy con ustedes.
A continuación transcribo el relato, escrito con un tono muy periodístico de mi travesía por el Salar de Uyuni que realicé en el 2006 y me acercó a una naturaleza realmente conmovedora:


"Viajar por el altiplano boliviano, lo confieso, es una aventura imperdible. No sólo por el aire escaso de la gran altura o por el insoportable frío de las noches. También por los continuos paros de transportes, aumentos diarios de pasajes o caminos recién clausurados. En ese sentido viajar por la gran meseta sudamericana se presenta como una verdadera odisea llena de incertidumbre.
Apenas cruzo la frontera desde La Quiaca me entero que hay un paro nacional de trenes. Sin embargo con mucha fortuna consigo un pasaje para esa misma noche en un destartalado bus que me lleva a Tupiza, ubicada a sólo 80 km.
Pero el motor del antiguo transporte no soporta la altura y nos deja varados en medio de la nada. Horas después nos rescata otro bus y exhaustos llegamos a la madrugada a esta ciudad conocida por las andanzas que a principio del siglo XX protagonizaron los más famosos bandoleros del oeste americano, Butch Cassidy y Sundance Kid que buscaban hacerse ricos con las minas de plata.




Tupiza © Marcelo Caballero
Tupiza © Marcelo Caballero Considerada la puerta de ingreso turístico del sur, Tupiza obra como una escala casi obligatoria para todos los que quieren ir al salar más alto y más grande del planeta: Uyuni. Toda una mañana regateé precios en oficinas de viajes del centro hasta que finalmente consigo una razonable travesía hacia ese remoto e inhóspito paraje, resto de un mar que llenaba todo el altiplano hasta el Lago Titicaca y en el curso de muchos millones de años, desapareció. Y los restos son hoy los del salar.

Rumbo a las lagunas de colores

“Iremos hacia el sudoeste en dirección el volcán inactivo de Licancabur ubicado junto a la frontera con Chile” explica Freddy, nuestro guía local.
Los 500 km. que recorremos no son para nada aburridos. Atravesamos grandes extensiones de tierras de poca vegetación. De vez en cuando manadas de llamas o de vicuñas se paran curiosas al vernos pasar. Y también hacemos pequeñas escalas en poblados de no más de 100 personas donde los lugareños se dedican al pastoreo o a la comercialización de lana de llamas muy codiciados en los mercados artesanales de Uyuni o Tupiza.
Con sus casi seis mil metros de altura, el Licancabur nos señala que nos acercamos a la Laguna Verde. Fredy nos cuenta que la coloración verde esmeralda de sus 17 km² de masa acuática se debe al alto contenido de magnesio, un mineral muy común en la región. El GPS del vehículo marca 4350 msnm. Y por un largo rato nos olvidamos de un reciente inconveniente mecánico y los lunares paisajes del entorno acaparan toda nuestra atención.




Laguna Verde © Marcelo Caballero Durante las noches – nos explica Fredy – la temperatura baja hasta los 30 grados bajo cero. ¿ Se imaginan, no? pero debido al calor volcánico las aguas del lago nunca se congelan”.
A lo lejos, en el medio de la laguna, centenares de flamencos andinos descansan. Esta exclusiva especie que sólo vive allí está protegida por el Parque Nacional Eduardo Avaroa creado en 1973.
Un tiempo más tarde salimos hacia un control aduanero y luego de la inspección, el camino volcánico nos lleva cuesta arriba por espacio de 80 km. hasta el punto más alto de nuestra travesía: 5000 msnm. Entonces, hacemos una parada obligada y salimos a recorrer el sitio. “!Qué mal que huele todo esto!” me dice Maayan Ben-Or mi amigo israelí. Investigamos entonces de donde viene tan penetrante hedor. Pronto, nos sorprendemos caminando por un campo geotérmico activo con ojos de fango borboteando vapores sulfurosos: “ahhhh, ¡ de acá viene el maldito olor!” me dice Maayan tapándose la nariz.
A pocos metros detectamos un orificio inmenso que como una entrada al infierno despide grandes cantidades de vapores blancos. El guía nos señala que se trata del geyser “Sol de mañana”. Maravillados nos quedamos un buen rato.



Maayan en el Sol de Mañana © Marcelo Caballero
En las cercanías se encuentra el Campamento Ende al que arribamos poco después cansados pero felices. Allí hace mucho frío y después que el sol se va ya no se puede estar al aire libre ni por un minuto.
Durante la mañana siguiente surge otro inconveniente. Encima del techo del vehículo tenemos un depósito para cien litros de gasolina. Pero con las temperaturas tan bajas, es imposible fijar la manguera en el empalme que va al tanque de la camioneta. Con mucha paciencia tuvimos que calentarlo y reblandecerlo con una vela. Solucionado el tema partimos muy retrasados hacia otro de los hitos del viaje: la laguna Colorada.
Este lago, que debe el color de sus aguas a los sedimentos de zooplacton, fitoplacton, produce un colorido contraste con el entorno. Conocido también como el “Nido de los Andes”, cobija a más de 30.000 flamencos de tres especies diferentes y lo convierten en una de las mejores zonas del mundo para su observación.



Laguna Colorada © Marcelo Caballero Aún nos faltan 200 km. más para llegar a las inmediaciones del salar. Dejamos atrás el fabuloso lago y nos internamos en un camino que bordea la frontera con Bolivia. A medida que avanzamos, otros milagros de la naturaleza aparecen ante nuestros ojos. Como Pampa Siloli, una llanura infinita y solitaria, que no tiene nada de fauna ni flora pero nos contentamos con observar los impresionantes cerros y volcanes que nos acompañan.
“De noche este desierto – comenta el guía mientras señala las centenares de huellas marcadas sobre la gris arena – se convierte en una supercarretera de camiones que van y vienen. Se contrabandea de todo hacia Chile”. Y las maravillas siguen. Pero tenemos que apurar la marcha. Rápidamente dejamos atrás el lugar y comenzamos a bajar de altura. Pasamos por una serie de lagunas menores (en superficie, no en belleza) pero con nombres curiosos: Honda, Chiar, Hedionda y Canapa. El atardecer nos sorprende junto al Volcán Ollague y a los pocos kilómetros alcanzamos la Villa Martín donde descansaremos.
Por primera vez en la travesía nos alojamos en un hotel construido totalmente de sal. Allí nos enteramos que el albergue tiene un generador que produce electricidad, pero no calefacción. No hay problemas para el grupo. Por eso nos preparan una cena muy nutritiva y calorífera basada en arroz con quinua (cereal de origen incaico) y carne de llama. Y un viejo barril devenido en estufa actúa como perfecto fogón para después de la cena y aprovechamos ese momento para contarnos historias y anécdotas.
El resto de la casa permanece en el frío. Sin embargo las camas (bloques rectangulares de sal) tienen temperaturas muy agradables con colchones con mucha espuma y diversas cubiertas de lana.
Al día siguiente aún de noche nos preparamos para entra al salar. La amable dueña del hotel nos sirve un buen desayuno con mate de coca. Y nos explica que en el aire tan enrarecido, la coca es un componente muy importante en la vida de ellos. El mate anima la circulación sanguínea y favorece la formación de glóbulos rojos que abastecen el cerebro con oxígeno para evitar el soroche (la enfermedad de la altura).

El salar de Uyuni

El gran salar nos da la bienvenida a unos 3.700 msnm. y su enorme llanura plana y blanca de colosales dimensiones (12.000 kilómetros cuadrados) no parece brindarnos ningún punto de orientación.
Sabemos que hay que tener mucho cuidado en el ingreso ya que en sus orillas y por varios kilómetros existen numerosas ensenadas bastante fangosas. Si no encontramos pronto la plataforma de entrada corremos el riesgo de atascarnos en los fangos salados. A esto hay que agregarle una multitud de “ojos”, pozos bastante profundos, que debemos esquivar por todos lados.
Mientras esto ocurre, amanece y hacen 15 grados bajo cero. El cielo es de un azul profundo como pocos y la llanura de sal se muestra bien blanca, brillante.
Finalmente el conductor localiza una parte sólida del salar y mientras ingresamos nos comenta que estamos viajando sobre 6 metros de sal, bien pura y granítica. Eso nos tranquiliza pero enseguida añade que “ahora viene la parte más difícil. Debemos orientarnos”.



Salar de Uyuni © Marcelo Caballero
Por el efecto de la encorvadura de la tierra y las distancias tan largas, la brújula no puede ayudar mucho porque sólo indica un punto cardinal. El hecho de viajar casi 100 km. a través de la nada con la obligación de encontrar un punto es todo un tema. Para evitar perdernos, el conductor utiliza el GPS. Ahora estamos muy solos con esas incertidumbres y encima, una hora después, comenzamos a transitar por una superficie con 30 cm. de agua. Ya no se puede detectar ninguna huella y las dudas van creciendo.
Tensos, durante más de una hora, nos aferramos al horizonte en busca de una referencia hasta que el conductor salta del asiento “¡Allá hay algo!, ¡parece un montículo! dice Luis. La flecha del GPS también lo ha visto. Entonces estallamos de alegría y entusiasmo ante la noticia.
Resulta difícil encontrarnos en el medio de la nada con una isla donde crecen cactus de hasta 6 metros de altura. Confieso que Cujirí más conocida como Isla Pescado me pareció espectacular. La superficie de granito y tierra orgánica permite que esta especie de cactus gigante pueda desarrollarse dentro de un ecosistema muy especial.
Después de subir a la cima de la isla, abandono a mis compañeros por un rato y disfruto de la soledad contemplando desde allá arriba 360 grados de sal. El silencio y la tranquilidad me envuelven. Una sensación casi religiosa de armonía se adueña de mi corazón. Vale la pena estar allí a pesar de los inconvenientes del viaje.



Isla Pescado © Marcelo Caballero
Con la referencia de la isla es más fácil salir del salar. Siempre en dirección al este llegamos al único hotel de sal dentro del gran salitral. Hotel del salar © Marcelo Caballero
Paramos un ratito para conocer sus instalaciones y seguimos viaje hasta las inmediaciones del pueblo de Colchani donde los locales trabajan en la producción de sal.
Nos impresiona en las pobres condiciones que trabaja esa gente.
Trabajadora de Colchani © Marcelo Caballero
Nucleados en pequeñas cooperativas familiares, todos los días, bien temprano, amontonan con sus palas colinas de sal, las desaguan y las llevan en camiones hasta el pueblo. Allí las limpian y las dejan secar al sol. Por último las envasan y las venden a un monopolizador consorcio norteamericano. Cada obrero cobra alrededor de cinco dólares por más de 15 horas de trabajo diario. Curioso, deseo saber porque usan siempre pasamontañas y gruesos guantes de lana. Un joven trabajador accede y me muestra sus manos y cara quemadas por las terribles inclemencias del tiempo y la sal.

Manos de sal © Marcelo Caballero Con esas conmovedoras imágenes en la mente llegamos a Uyuni, ubicada a sólo 20 km. de allí. De esa manera esta minera ciudad boliviana obra como punto final a nuestra travesía por el techo del cielo.

martes, 9 de febrero de 2010

El Palacio de los Vientos

© Marcelo Caballero 
   Hace poco nos fuimos a vivir con Dolors a Figueres, una ciudad conocida a nivel internacional porque nació y vivió el pintor surrealista Salvador Dalí. Sin embargo, esta mudanza nos abría un mundo por recorrer, por conocer la comarca del Alt Empordà.
   Para mí es una vieja costumbre documentarme, informarme, leer todo lo que llega a mis manos sobre el lugar en el que vivo o viajo. Así que antes de mudarme, ya me había leído dos libros que crearon en mí una radiografía simbólica sobre la región. Me refiero a Cosas del Mar y de la Costa Brava de Josep Plá y Les Closes de María Angels Anglada. El primero me mostró que entre los cambios metereológicos y el humor de la gente hay una íntima relación. Y el segundo es una hermosa novela que me ayudó a estimar la comarca.
  El Empordà - según Plá - es “el palacio de los vientos” y la verdad es que tiene razón. Pronto descubrí que los hay de toda clase e intensidad y son pocos los días que no sopla alguno. “Los que vivimos en él –dice Plá – poseemos una cierta sensibilidad para apreciar a cada momento el tiempo que hace. No podría ser de otra manera, ya que somos sus víctimas más constantes y sufridas”. Este comentario me sobresaltó. Y me pregunté porque los vientos podrían ser tan determinantes en la conducta de la gente.

Peralada - Alt Empordà - Catalunya © Marcelo Caballero 
   Una mañana bien temprano escucho un silbido agudo y extraño que taladra mis oídos y envuelve misteriosamente nuestro piso. Pronto descubro que proviene de las ventanas. “Es la tramontana y puede durar días. Prepárate” me dice con naturalidad mi compañera que nació en el Empordà. Y otra vez Plá me adivina el pensamiento en otro pasaje del libro: “he pasado estos últimos días recogido junto al fuego familiar, oyendo silbar y rugir intermitentemente a este viento impresionante…”
   A pesar de ser una amenaza auditiva, el aire de tramontana según este gran escritor ampurdanés “es creador del clima más agradable, más tónico, más vivificante que en este país se puede imaginar”. Y la gente de esta región lo sabe perfectamente a pesar de sufrir sus embates casi a diario. Además es normal ver a los ampurdaneses por las calles de los pueblos con cara de pocos amigos cuando sopla con intensidad.
La tramontana cuando se activa despeja el cielo en breves momentos. Es admirable. “La tramontana se caracteriza – dice Plá - por la falta absoluta de humedad, por la formación de atmósferas límpidas…”.

 Peralada - Catalunya © Marcelo Caballero
   
Estany del Cortalet -Aiguamolls - Catalunya © Marcelo Caballero
En este sentido María Àngels Anglada describe en su libro el paso de la tramontana sobre su amado Paraje Natural de Aiguamolls situado junto a la Costa Brava en el Alt Empordà:

“Sí, mirem - la bé, perquè mai no podem saber si duraran gaire en la seva gràcia vivent aquestes contrades on el cor es detura. El somriure blavís del mar, ja un poc amagat, la ratlla dels aiguamoixos, les vorades d´àlbers i de freixes que clouen els prats, aquesta claror d´avui sense calitja, toto, tot és amenaçat “ Les Closes ( Anglada, A. 1984: 17).
   En primavera suele hacer frío en la región y los agricultores suelen denominar a la tramontana como el temporal de las habas. “Si el viento se levanta con fuerza es siempre perjudicial –explica Plá - ver un huerto de delicado cultivo, destruido por la fuerza del viento, apena siempre…los guisantes tiernos, las orejitas de las habas tiernas, la hinchada coliflor, la escarola fina y blanca, la lechuga, han quedado destrozadas

Vilabertran - Alt Empordà - Catalunya © Marcelo Caballero

   Aunque las corrientes de aire de primavera o verano sean la excusa lógica de los poetas o escritores para crear; para María Àngels Anglada también lo es el invierno. En un pasaje de Les Closes la tramontana invernal justifica una bella descripción de los Aiguamolls:

“…les closes a l´hivern –quan hi corre la tramuntana com una gran esgarrifança- encara xopes de les pluges de tardor, i mireu els arbres nus com un poema descarnat, reixes vives, cossos oferts a l´abraçada impetuosa del vent que va eixugant, però mai ben bé del tot, els efímers estanys, els falsos aiguamolls on el dibuix de branques i branquillons s´emmirallava, on venien a beure les fredelugues de crestetes airoses i fins i tot, en dies freds, algun aplec de bernats pescaires” (Anglada, A. 1984: 24).

Paraje Natural de los Aiguamolls - Alt Empordà - Catalunya © Marcelo Caballero


Paraje Natural de los Aiguamolls - Alt Empordà - Catalunya © Marcelo Caballero


 
   Como dije al principio, el Empordà es el palacio de los vientos y otro de los grandes que recorre la región y que proviene del sur es el leveche. “Se caracteriza por un grado de humedad más elevado –asegura Plá - por el embadurnamiento de la luz y el aire del cielo, por las jaquecas humanas y por las depresiones melancólicas”. A este peculiar viento lo descubrí en verano y las tardes con leveche son pesadas a diferencia de la tramontana. “El lebeche crea atmósferas grasas; la tramontana atmósferas metálicas y tensas. El viento lebeche deprime. La tramontana es una liberación. El lebeche nubla las estrellas; la tramontana crea cielos rutilantes de una prodigiosa belleza” remarca el escritor ampurdanés que sirve como excelente guía poético de la región al igual que la Anglada.


© Marcelo Caballero 

Vilabertran - Alt Empordà - Catalunya © Marcelo Caballero


Vilanant - Alt Empordà - Catalunya © Marcelo Caballero