Figueres © Marcelo Caballero
Esta imagen que observan aquí arriba fotografiada hace dos años muestra, en forma obvia, un mensaje explícito de exclusión tanto para un lado como para otro. Además, esas palabras, no me hacen pensar en el ser “humano” que lo ha escrito sino en las personas que le enseñaron a odiar, a odiar la libertad, la convivencia.
Yo me pregunto: ¿Qué es ser inmigrante?, ¿Qué es ser catalán?. Siempre que miro esa fotografía me hago las mismas preguntas y siempre tengo las mismas dudas y certezas. ¿Será que ser inmigrante ahora con hijos nacidos aquí, serán catalanes mañana?; ¿Será que ser catalán ahora fue un inmigrante de ayer?.
Hace poco, esa fotografía volvió a mi mente luego de enterarme que en Vic se niegan a empadronar a los inmigrantes. Y esa noticia fue como un disparador mediático de estos temas siempre conflictivos. Y que nunca se resuelven. Los nacionalismos y la discriminación son como las ratas, nunca se extinguen.
En mi país, Argentina, la historia es igual que en España, la inmigración de gente provenientes de países limítrofes también trajo conflictos y ciertas actitudes racistas y discriminatorias por parte de ciertos grupos identificados con miradas totalitarias.
Ahora que arrecia la crisis por la península, el blanco predilecto de los “males” de este mundo son los inmigrantes.
A Catalunya han llegado más de un millón de inmigrantes en los últimos 10 años y todo se ha transformado desde lo doméstico, las relaciones entre vecinos y los equilibrios políticos. En otras palabras, la región ha cambiado para siempre. Y, aunque, esta oleada inmigratoria conlleva una riqueza de valores multiculturales positiva para el crecimiento de un país; para algunos es problemática y negativa.
Figueres © Marcelo Caballero
Santi Vila, el alcalde de Figueres, aseguró entre otras cosas que “este crecimiento ha generado unas dinámicas muy problemáticas con los autóctonos. En algunos barrios ya se sienten una comunidad minoritaria rodeada de gente que no entiende las pautas locales” Y los demás alcaldes estuvieron de acuerdo con esa apreciación salvando matices propios de cada ciudad.
Lo mismo ocurrió cuando Iolanda Pineda, alcaldesa de Salt señaló que “ estamos volviendo a índices culturales que dejamos atrás en los años sesenta”.
A esta altura deseo formular una pregunta para seguir a tono con este debate: ¿los inmigrantes en general aportan sólo pobreza, incivismo y desempleo?.
Hace unos años Manuel Delgado Ruiz, profesor titular de antropología de la Universidad de Barcelona retrató muy bien esta situación en una nota titulada: Apropiaciones inapropiadas. Usos insolentes del espacio Público en Barcelona.
“En realidad – dice Manuel Delgado - los extranjeros pobres son sistemáticamente acusados de prácticas «incívicas». Ambas imágenes suelen mezclarse en las denuncias por «incivismo» contra jóvenes de otros países que se imaginan permanentemente borrachos o drogados, ya sean nuevos nómadas –los travellers, que viven de la venta de artesanía o de la mendicidad– o turistas pobres –«de mochila»–. En paralelo, los pakistaníes suelen ser vinculados a la venta ilegal de cerveza. Los magrebíes y negroafricanos son desde hace años asociados con el tráfico de drogas y la pequeña delincuencia de calle; los latinoamericanos de rasgos amerindios –peruanos, bolivianos, ecuatorianos– son sistemáticamente expulsados de las parcelas de espacio público que convierten en lugares en los que jugar al fútbol, merendar o simplemente charlar con los paisanos. Los dominicanos son encontrados culpables de «hacer ruido» y escuchar la música demasiado alta. A los inmigrantes de procedencia china se les reprocha sus poco higiénicas conductas en el espacio público, sobre todo por su supuesta costumbre de escupir en el suelo. La presencia de europeos del Este incomoda por la asociación que el imaginario local establece entre ellos y la delincuencia. En cambio, un grueso de comportamientos inaceptables –orinar en la calle, impedir el descanso de los vecinos, etc.– está protagonizado por jóvenes que ni son compendiados como problemáticos ni por su radicalidad ni como inmigrantes, a pesar de ser de otras nacionalidades. Se trata de turistas nada marginales ni pobres y de estudiantes procedentes de países ricos, que conforman una nueva clase formada por jóvenes endogámicos, que se mueve en ambientes de ocio casi exclusivo y que, a pesar de la alta visibilización de sus conductas, casi nunca se hace objeto de consideraciones negativas de «incivilidad».
Toda esta problemática de los inmigrantes podría llevar a muchas reflexiones más y a citas de otros autores que quizás excedan esta pequeña nota. Simplemente, todo esto me llevo a pensar la imagen de lo escrito sobre una pared cercana a mi casa en Figueres.