Miradas Cómplices constituye un laboratorio de ideas, de reflexiones fotográficas e imágenes que, quizás, encuentren vuestra complicidad.

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viernes, 26 de abril de 2013

El día que Don Corleone fue burlado por un fotógrafo



Siempre me han gustado las historias, reales o no, que hay detrás de los grandes reportajes fotográficos. Aún tengo en la memoria la de Robert Capa durante el desembarco en Normandia y los negativos velados;  o la de Josef Koudelka y su clandestinidad durante la Semana de Praga, entre otros.
Hoy vuelvo a Sergio Larrain y me gustaría escenificar en este post,  el día que burló al mismísimo capo de la mafia siciliana.

Calabria © Sergio Larrain

Resulta que, en 1959,  el entonces joven fotógrafo chileno y postulante a entrar a Magnum, es mandado por el propio Henri Cartier Bresson a realizar un encargo imposible a Sicilia: un reportaje al temido Giuseppe Genco Russo, considerado por muchos como el jefe de la cosa nostra siciliana.

Palermo © Sergio Larrain

Russo aún era un desconocido para los grandes medios. Nadie había podido retratarlo. Y Larrain viaja a Sicilia con ese alocado propósito.

Castelamare © Sergio Larrain

Durante tres meses, el fotógrafo recorre la isla y con su Leica va capturando instantes de ese recorrido en busca de lo imposible. 


Funeral. Sicilia ©  Sergio Larrain


Pasa por la isla Ústica, por Villalba, por Palermo pero nada del Don Corleone. Nadie se atreve a decirle donde vive Russo.

Palermo © Sergio Larrain

Sin embargo, no pierde la esperanza. Está convencido que por lo menos, una oportunidad tendrá. Y ese día llega, cuando en un bar, un parroquiano le cuenta que Russo vive en un poblado llamado Caltanissetta.

Corleone ©  Sergio Larrain

Como si se tratara de una película de cine negro, Larrain se hospeda frente a la casa del mafioso y como un auténtico papparazi, fotografía desde su ventana pero los resultados no lo convencen. No es su estilo, necesita un retrato de él, cerca, que mire al objetivo. Una utopía.

Sicilia © Sergio  Larrain

Larrain, aparte de ser un gran fotógrafo, parece ser un gran actor y logra persuadir al abogado de Russo. Se hace pasar por un inocente turista chileno interesado en ruinas romanas. Y, de esa manera, cae simpático a todo el mundo y pronto entra a la guarida del capo mafioso. Allí,  el padrino lo invita a comer junto a su familia.

Sicilia ©  Sergio Larrain

Durante 15 días, lo visita diariamente pero sin sacarle ni una foto. Aún no se atreve. Necesita como un buen fotógrafo, volverse invisible.


©  Sergio Larrain

Finalmente, después de un opíparo almuerzo, Larrain entra en acción. Saca su Leica y comienza a realizar bodegones en la casa del capo. Nadie dice nada, es sólo un simpático turista que quiere llevarse un recuerdo a su país piensa Russo y se va a dormir una siesta.
Larraín,  que ya tiene el billete de tren en su bolsillo para volver a Roma al día siguiente, cree que ha llegado su momento. Lo sigue hasta la habitación y comienza a sacarle fotos, mientras el mafioso descansa sentado en un diván.
   
De pronto, los guardaespaldas lo descubren y Russo abre los ojos, sorprendido.
Y así llega el instante imprevisible que hace mágica a esta historia y que Larrain cuenta con lujo de detalles en el despacho de Cartier Bresson en París, un tiempo después:

"¿Por qué usted toma tantas fotos? pregunta el capo mafioso sin dejar de mirar un sólo instante a Larrain.
El fotógrafo sin dudarlo y con total indiferencia responde:
"porque después hay que seleccionar la mejor para mi álbum de los recuerdos". Aunque parezca increíble esta absurda respuesta satisface al capo mafioso que, acto seguido se pone un traje y un sombrero para la siguiente foto.

Giuseppe Russo © Sergio Larrain

Lo demás ya es historia conocida. Larrain viaja a París con 6.000 fotografías y casi 100 imágenes de Russo. Las grandes revistas europeas y americanas publicaron esa primicia en primera plana y ese primer encargo fue la entrada definitiva del fotógrafo a Magnum.


Buen fin de semana a todos!



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lunes, 31 de enero de 2011

Espejismos de Rajastán. La Mafia de Jaipur. Última parte

Paro y movilización obrera durante mi visita a Jaipur - India
Como les contaba en el post anterior, volví como pude al hotel bastante desorientado y sin saber a ciencia cierta que hacer.
Como aún era temprano, me fui a comer unos chapatis y un poco de arroz al curry al restaurant del pequeño hotel y por esos azares de la vida me encontré con un español que también se alojaba allí y le conté lo que me había sucedido.
El madrileño, sin mostrar gestos de sorpresa, me sugirió que lea algo que me estaba marcando con su dedo en una página de su guía Lonely Planet de India: “observa este recuadro, hombre!”.
El destacado estaba encabezado por la palabra Warning! (cuidado!) y para mi total sorpresa, cada palabra leída parecía ser una nueva estocada a mi seguridad.  La guía recomendaba que tuviera cuidado con las mafias de las joyas en Jaipur. Era una estafa para turistas y había que decirle que no a cualquier invitación de desconocidos.
Después de la cena, le agradecí de corazón todo lo que me dijo. Y me dirigí a mi habitación más desorientado y deprimido que antes. Saber lo que me podía suceder era peor que la inocente actitud que tenía antes.
No tenía tiempo y debía decidir rápido: si llamar a la embajada y denunciar el hecho (tenía el tel. del cónsul de mi país) o seguir adelante con todo ello que obviamente a esa altura ya me sabía muy mal.
Y aunque ustedes no lo crean, opté por la última variante, la más peligrosa. Supongo que el periodista que llevaba adentro me invitó a curiosear. Lo que no sabía era hasta cuando podía seguir con esa farsa.
A la mañana siguiente, Gazy me llevó nuevamente a la joyería. Allí Sing me dijo que había que cambiar de hotel. “Para confundir a la competencia” señaló serio. Debo reconocer que me atendieron como un rey, me pagaron toda la comida del día y el hotel era un lujo: el Sajan Niwas costaba 50 dólares la noche, demasiado para mi bolsillo de viajero.
Pero durante la cena, llegó el mensaje definitivo. El mismo indio del perfecto inglés de la fiesta del otro día, se apareció durante los postres: "haz el depósito y  viajarás a Barcelona al día siguiente". Yo me excusé, comentándole que no tenía ese dinero conmigo y que estaba esperando un giro desde mi país.
Así estuve una semana alargando la "fiesta". Deseaba conocer un poco los mecanismos de esta mafia y de paso, ahorrar dinero. Era una total imprudencia,  pero tenía un largo viaje aún hacia el sur del subcontinente indio.
En pocas palabras, el “modus operandi” de esta mafia era el siguiente: el turista desprevenido paga el seguro, te dan un pasaje de ida, te hacen creer que se despachan las joyas en tu avión (la mafia está también en los aeropuertos) y cuando llegas, nadie te espera, las joyas nunca salieron de India y tú pierdes el dinero.

Tumba siglo XVIII - Jaipur
 Durante esos eternos días, conocí varias joyerías, abogados, expertos y hasta políticos que desfilaban ante mis ojos con la mejor sonrisa.
Cualquier treta era buena para comprar la confianza de un turista. Y yo, sabiendo sus oscuras pretensiones, observé una mafia muy bien organizada y grande; se movían con total naturalidad, con dinero y gozaban de una extrema impunidad.
Me vigilaban día y noche. No podía ir sólo a ningún lugar. Gazy estaba todo el día conmigo.
Este padre de 8 hijos era simpático y me hice muy amigo de él. Supongo que las presiones económicas de una familia numerosa lo llevaron a este hombre a delinquir en esta India actual de tantos y pronunciados contrastes. Recuerdo que me llevó a visitar cada uno de los magníficos palacios mongoles y sitios de importancia de la ciudad rosa.
Una mañana cuando Gazy fue a  un locutorio, aproveché y me dirigí corriendo a la estación de trenes que estaba cerca. Saqué un ticket a Gandhinagar, la capital de Gujarat para esa misma madrugada. A esa hora todos dormían y pude escapar, tuve suerte. (¡aún pienso como hice para que nadie se diera cuenta!).
Jaipur había dejado de ser para mi, un buen sitio para hacer turismo. Por un buen tiempo.


Hasta pronto!!!

viernes, 28 de enero de 2011

Espejismos de Rajastán. La Mafia de Jaipur

Mafias hay en todos lados señala con acierto esta expresión del acervo popular.
Uno a veces, lo sabe antes de visitar un lugar y toma ciertas medidas preventivas. Pero en otras ocasiones, las menos, no se sabe nada. Y algunas cosas pueden pasar de una manera que no son tan fortuitas y todo se complica. Algo así me pasó cuando llegué a la estación de trenes de Jaipur, la capital del estado indio de Rajastán.
Hacía mucho calor ese día. El reloj del andén marcaba las 11 de la mañana y estaba bastante mareado con tanta gente y griterío a mi alrededor.
Salí como pude de la estación y una mano salvadora me llevó a un rickshaw motorizado. Allí se presentó el hombre que llevaba un llamativo turbante color azafrán en su cabeza: “me llamo Gazy. Y quiero mostrarle un lugar maravilloso y después lo llevo al hotel”.

Jaipur - Rajhastán - India
No me pregunten porque, pero me dejé llevar. Con tal de salir de ese lugar, cualquier cosa. El hombre me condujo entre mercados de verduras y callejuelas pequeñas hasta la puerta principal de la vieja ciudad pintada de rosa.

Jaipur - Rajhastán - India
Ibamos recorriendo lugares levantados por el Imperio mongol, la dinastía musulmana que dominó la región hasta mediados del siglo XVIII.
Gazy, mientras conducía, me contaba con fluidez enciclopédica que la ciudad era rosa ya que los astrólogos del refundador, el maharajá Jai Singh, pronosticaron en aquellos tiempos que traería suerte.
“Ojalá que la tenga” pensaba mientras me dejaba en el hotel luego del buen paseo. Y cuando se iba me dijo: “Esta noche haremos una fiesta. Lo invito”. Yo accedí y me fuí a dormir una siesta pensando en la buena fortuna que tenía de estar en Jaipur.
Pero el agasajo no fue con tortas y gaseosas.
En una habitación de un viejo hotel de Ben Park, había sólo tres botellas de ron, cuatro indios y yo. El ambiente no era halagueño y entre copa y copa, el más callado de los cuatro abrió la boca y en un perfecto inglés me hizo una propuesta.
El negocio consistía en llevar joyas a Barcelona, Londres o París. Me daban para elegir, ellos pagaban el pasaje y como recompensa me prometían 10.000 dólares.
La joyería es una industria que en la India exporta más de 8 mil millones de dólares por año. Pero como las empresas tienen un techo de exportación de 50 mil anuales, recurren a los turistas que pueden sacar legalmente 2.000 dólares cada uno en joyas.
Pero volvamos al relato.
Al otro día, me volvió a buscar Gazy y me depositó en una joyería en el casco antiguo. El dueño con mucha discreción me invitó a ir a una habitación contigua al negocio;  y allí, ante mis sorprendidos ojos, desplegó sobre la mesa dos paquetes de esmeraldas, safiros y diamantes pequeños.
 Luego de unos instantes eternos, Sing, como se llamaba el joyero, levantó la vista y me dijo seriamente: “Usted llevará un paquete de éstos que ve acá pero antes debe dejarnos 2.000 dólares en rupias como seguro. Cuando vuelva de la entrega, se lo devolvemos”.
Me excusé como pude y regresé al hotel que ya había sido pagado por “ellos” y me puse a pensar que podía hacer….

(Les agradezco de corazón la atención que tuvieron hasta ahora con el relato.... pero continuará el próximo lunes y sabrán el desenlace de todo este gran problema en el que estuve metido. Buen fin de semana!!)