“Por ese camino no vas a tener ningún problema con la policía” me dijo claramente el cónsul de mi país en Beijing, China. Con estas palabras me transmitió seguridad y confianza y, de paso, me dio el visto bueno para que ingresara por tierra al Tibet, a través del camino oeste desde Chengdu, Sichuan.
“Si llegas a tener algún inconveniente, ya sabes, me llamas a mi tel. personal” subrayó en un gesto protector el diplomático, antes de despedirse de mi, en el bar de un fastuoso hotel céntrico de la capital china, donde nos habíamos citado un rato antes.
Y yo le creí, claro. Era el cónsul!!!. A pesar que varios viajeros me habían dicho que no se podía entrar solo y la única manera era en grupo, por aire y con una visa especial.
De esa manera, unos días después me encontraba a las puertas de la meseta tibetana, en la provincia china de Sichuan sin notar ningún problema más allá de mi propio cansancio de interminables horas en tren y gente y más gente.
No quiero mentirles. Pero parecía estar metido en un film bizarro y como protagonista un bus destartalado que nos llevaba por polvorientos caminos de nunca acabar. Y entre tantos y zigzagueantes caminos y precipicios a través de los montes Hengduan, el bus paró, de repente, en la nada y subió un joven monje tibetano.
Se llamaba Losang y, de inmediato, nos hicimos tan compinches que cuando llegamos a Luhuo me invitó a pasar la noche en su casa: el monasterio Chori Theyhor.
Al otro día, recorrimos juntos la monumental edificación construída hacía cinco siglos. Losang era uno de los profesores. Y me hizo conocer las aulas donde alrededor de 100 entusiastas niños estudiaban y leían libros religiosos en voz alta. Luego me mostró orgulloso la imagen del Dalai Lama escondida detrás de un mueble. “Si me ven con ella, los chinos me meten en la cárcel” me señaló este joven tibetano. Antes de partir, me dio la dirección de su prima que vivía en Dege, mi proxima parada. “Por si tienes algún problema” me sugirió paternal.
Con los salvoconductos del cónsul y la pariente de Losang, arribé a Dege a media tarde convencido de lograr mis propósitos y me sentía inmune a todo. Por eso no me molestó que el pequeño y desolado pueblo fronterizo con Tibet no me ofreciera buenas sensaciones. Los locales de este pueblo me miraban mal, con recelo y cuando trataba de hablarles, literalmente huían. ¿Era un presagio de que algo andaba mal? Aún no lo sabía.
Por lo pronto, no deseaba entretenerme mucho más tiempo por allí. Tenía malos presagios. No me gustan los pueblos fronterizos y sabía, además, que no había buses ni trenes ese día. Por lo que intenté buscar cualquier otro transporte para largarme pronto. Y conseguí un camión que partía al amanecer a Jamda, pueblo ubicado a unos 120 km. en territorio tibetano.
Con un grupo de nómades como compañeros, nos instalamos en la parte de atrás del camión sólo cubierto por una lona a punto de romperse. Afuera arreciaba un temporal de nieve y frío increíbles. La meseta tibetana es áspera en todos los sentidos hasta para el alma.
Y en un momento de este duro viaje, el camión paró en un abra a 4.500 metros de altura. No había forma de seguir. El camino estaba abarrotado de hielo. Fueron momentos de total incertidumbre hasta que vaya a saber como, en unas horas partimos nuevamente y arribamos a Jamda casi de noche.
Allí me encontré por primera vez con la policía china.
Les agradezco la atención a este relato, de corazón. Pero esta historia seguirá el lunes que viene. Les deseo un buen fin de semana y hasta pronto!!
“Si llegas a tener algún inconveniente, ya sabes, me llamas a mi tel. personal” subrayó en un gesto protector el diplomático, antes de despedirse de mi, en el bar de un fastuoso hotel céntrico de la capital china, donde nos habíamos citado un rato antes.
Y yo le creí, claro. Era el cónsul!!!. A pesar que varios viajeros me habían dicho que no se podía entrar solo y la única manera era en grupo, por aire y con una visa especial.
De esa manera, unos días después me encontraba a las puertas de la meseta tibetana, en la provincia china de Sichuan sin notar ningún problema más allá de mi propio cansancio de interminables horas en tren y gente y más gente.
Losang y sus alumnos. Luhuo - China |
Se llamaba Losang y, de inmediato, nos hicimos tan compinches que cuando llegamos a Luhuo me invitó a pasar la noche en su casa: el monasterio Chori Theyhor.
Al otro día, recorrimos juntos la monumental edificación construída hacía cinco siglos. Losang era uno de los profesores. Y me hizo conocer las aulas donde alrededor de 100 entusiastas niños estudiaban y leían libros religiosos en voz alta. Luego me mostró orgulloso la imagen del Dalai Lama escondida detrás de un mueble. “Si me ven con ella, los chinos me meten en la cárcel” me señaló este joven tibetano. Antes de partir, me dio la dirección de su prima que vivía en Dege, mi proxima parada. “Por si tienes algún problema” me sugirió paternal.
Con los salvoconductos del cónsul y la pariente de Losang, arribé a Dege a media tarde convencido de lograr mis propósitos y me sentía inmune a todo. Por eso no me molestó que el pequeño y desolado pueblo fronterizo con Tibet no me ofreciera buenas sensaciones. Los locales de este pueblo me miraban mal, con recelo y cuando trataba de hablarles, literalmente huían. ¿Era un presagio de que algo andaba mal? Aún no lo sabía.
Monasterio de Dege - China (posee la única imprenta de textos budistas tibetanos) |
Con un grupo de nómades como compañeros, nos instalamos en la parte de atrás del camión sólo cubierto por una lona a punto de romperse. Afuera arreciaba un temporal de nieve y frío increíbles. La meseta tibetana es áspera en todos los sentidos hasta para el alma.
Y en un momento de este duro viaje, el camión paró en un abra a 4.500 metros de altura. No había forma de seguir. El camino estaba abarrotado de hielo. Fueron momentos de total incertidumbre hasta que vaya a saber como, en unas horas partimos nuevamente y arribamos a Jamda casi de noche.
Abra a 4.500 metros de alura. Abajo, serpenteante camino a Jamda - Tibet |
Les agradezco la atención a este relato, de corazón. Pero esta historia seguirá el lunes que viene. Les deseo un buen fin de semana y hasta pronto!!
Veo que vuelves a dejarnos con la miel en los labios, nada pues a esperar al lunes.
ResponderEliminarGracias, Agustín!!
ResponderEliminarQue buenas fotografías y que buen relato; enhorabuena, Marcelo.
ResponderEliminarLas peripecias de andar con la cámara, por estos mundos Budistas.
Como bien apunta Agustin,esperaremos con anhelo al lunes, para conocer el desenlace.
Un abrazo y buen fin de semana!!
Si, Jordi. Mi encuentro con la policía china cambiará la historia de ese viaje. Hasta el lunes, compañero!!
ResponderEliminarexelentes las fotografias y un relato en suspenso.un abrazo.alequintana bahia blanca .argentina
ResponderEliminarGracias Ale y otro abrazo para ti!!
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