Me sucedió ayer mientras pedaleaba por una hermosa y tranquila campiña cerca de Borrasà, a unos kilómetros de Figueres.
En esos momentos, el cielo estaba casi cubierto por unas voluminosas nubes grises. Se avecinaba lluvia y había que llegar a casa.
De repente, por esas cosas de una naturaleza impredecible, se coló como por una rendija gigante un sol efervescente de iluminación cenital. Y despertó de luz todo el campo que me rodeaba.
Y he aquí la cuestión. No tenía ningún árbol ni nada para contrastar el paisaje. Entonces la sombra de mi bici y yo lograron, en parte este propósito y pedalearon conmigo hasta que el sol se fue.
© Marcelo Caballero
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